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EDGAR POE.

con su cabeza de hombre, creo que ha ofendido las ideas de lógica y de armonía aceptadas por los animales salvajes domesticados en la villa. Esto ha producido un pronunciamiento, y como en semejantes casos sucede, inútiles serán cuantos esfuerzos humanos se practiquen para contener el movimiento. Ya han devorado muchos judíos; pero los patriotas de cuatro patas parece que están unánimemente de acuerdo para comerse al cameleopardo. El Príncipe de los Poetas está de pié, sostenido sobre las patas de atrás, por que la cosa va de veras y se trata de su vida. Le han abandonado sus cortesanos y sus concubinas han hecho lo mismo. ¡Delicias del Universo! ¡mal parado te encuentras!¡Gloria del Oriente! ¡estás en peligro de que te casquen! ¡No mires, pues, tan lastimosamente tu cola! ¡Indudablemente ha de barrer el fango; y para esto no habrá remedio! ¡No vuelvas atrás tus ojos; no te ocupes de su inevitable deshonor; pero sé valiente, aprieta los talones y lárgate al Hipódromo! Acuérdate de que eres Antiochus Epiphanes, Antiocus el Ilustre, y por ende el Principe de los Poetas, la Gloria del Oriente, las Delicias del Universo, el más sublime de los Cameleopardos! ¡Justo cielo! ¡qué poderosa velocidad despliegas en tu marcha! Tienes las más poderosas piernas, ļas mejores. ¡Principe! ¡Bravo ¡Epiphanes! ¡Bien vas Carneleopardo!! Glorioso Antiocho! ¡Corre! ¡Brinca!¡Vuela! Como una piedra disparada por una catapulta se aproxima al Hipódromo. ¡Brin-