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EDGAR POE.

ra ese animal por el excelente uso que de sus patas hace.

— ¡Populacho!... si esos son los nobles y los libres ciudadanos de Epidaphne. ¿La bestia habeis dicho? ¡Tened cuidado que no os oiga alguno! ¿No veis que el animal tiene cara humana? Amigo mio, ese cameleopardo no es otro que Antiocus Epiphanes. Antiocus el ilustre rey de Siria, el más poderoso de todos los autócratas de Oriente! Vedad es que algunas veces le decoran con el nombre de Antiocus Epimanes, Antiocus el Loco; pero eso es hijo de que no todo el mundo es capaz de apreciar sus méritos. Lo cierto es que ahora, está encerrado en la piel de una bestia, y que hace cuanto sabe para representar el papel de cameleopardo; pero tan solo con el intento de sostener mejor su dignidad de rey. Además, el monarca tiene gigantesca estatura, y ni el traje le está mal, ni le viene muy grande. Y seguramente debemos suponer que, solo á causa de alguna solemne ceremonia, se habrá vestido así. Así... ved un verdadero acontecimiento, ¡la matanza de un millar de judios! ¡Con qué prodigiosa dignidad se pasea el monarca sobre las cuatro patas! Como veis, le tienen cojida por la punta y levantada la cola sus dos principales concubinas, Elina y Argelais. Su facha entera seria algun tanto agradable si no fuese por la protuberancia de los ojos, que le salen de la cabeza, y por el estraño color de la cara, que es ya cosa indefinible á causa de la inmensa cantidad de vino que