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EDGAR POE.

Dos hombres de los que me agarraron, formaban parte de la tripulacion, y los otros dos habian venido para ayudarles á descargar el barco. De la carga misma procedía el olor terroso que sentí, y la venda que me rodeaba la cabeza era simplemente un pañuelo que me puse por carecer del gorro de noche que solía ponerme en la cama.

Sea como se quiera, esperimentó tormentos completamente iguales á los que me hubiera producido un entierro verdadero. Fueron horribles, atroces, imposibles de describir. Pero como no hay mal que por bien no venga, el mismo escaso de impresion me produjo una revolucion saludable. Mi alma adquirió tono y se vigorizó; me acostumbré á salir; me entregue á ejercicios violentos; respiró el aire libre; quemé mis libros de medicina; el tratado de Buchan; dejó de leer las sepulcrales Noches de Young, á quien debería llamarse el poeta zampa-muertos, y evitó con la mayor energía y voluntad toda clase de cuentos como este, que me produjeran pesadillas. Desde entonces no volví á tener aquellos terrores fúnebres, y desaparecieron mis ataques de catalepsia, que sin dudadebian serla consecuencia y no la causa de aquellos sustos.

Hay ocasiones en que, hasta examinándolo con el frio escalpelo de la razon, puede parecer un infierno el mundo de nuestra triste humanidad; porque la imaginacion del hombre no es un mago que pueda impunemente esplorar todas las