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EDGAR POE.

bla colocada horizontalmente por encima de mí, y á unas seis pulgadas del rostro. Ya no es posible que dude; me hallo encerrado en un féretro.

Hasta en semejante momento de suprema miseria, no me abandona el ángel de la esperanza; pienso en todas las precauciones que tengo tomadas; me retuerzo; hago esfuerzos sobrehumanos para levantar la tapa, que no cede; busco mi las muñecas el cordon de la campana, y no le tengo. Entonces me abandona también la esperanza; no puedo menos de reparar en la falta de almohadillado que tan cuidadosamente dispuse yo; luego siento de repente un olor muy marcado de tierra mojada. La deduccion no puede ser más que una; no me hallo en el panteon; en alguna salida de las mias me ha acometido el desmayo entre gentes estrañas; cuándo y como, no me es posible recordarlo aun; me han enterrado como á un perro, metido y clavado en un féretro cualquiera, y arrojado en el fondo de una fosa sin nombre.

Cuando penetró en el alma tan horrible certidumbre, traté de hacerme oir otra vez, y conseguí arrojar un grito prolongado, salvaje y continuo, que más bien era el último aullido de la agonía, y que resonó en el silencio de aquella noche subterránea....

—¡Hola, he, hola! respondió una bronca voz.

—¿Qué demonios sucede? preguntó otra voz.

—¡Bajadme de aquí! añadió un tercero.