tos, médicos, tumbas, epitafios y mortajas. Sumido en ensueños de muerte, no podía separar de mi cabeza la idea fija de un entierro prematuro á que me suponía predestinado. El pensamiento del horroroso peligro á que me hallaba espuesto me acosaba incesantemente; era de dia mi tormento y de noche se convertía en suplicio. Así que las tinieblas envolvían la tierra, estremecíame con indecible espanto y temblaba como los penachos fúnebres que el viento agita en los cuatro ángulos de un carro mortuorio. Más tarde, cuando rendida la naturaleza no podía luchar contra el cansancio de una vigilia prolongada, solo después de un violento combate cedía al sueño, porqué me estremecía al pensar que pudiera despertarme dentro del féretro; así que cuando al fin llegaba á dormirme, era únicamente para caer sin transicion en una region de fantasmagorías sepulcrales.
Estos ensueños aterradores, que así turbaban mi reposo durante la noche, estendieron también su sombría influencia hasta sobre mis horas de vigilia. Distendidos los nervios completamente, fui presa de perpétuos terrores: ni me atrevía á montar á caballo, ni pasear á pié, ni á entregarme á ningún ejercicio que me alejase demasiado de casa, y finalmente, titubeaba antes de aventurarme á estar separado de aquellos que conocían mi enfermedad, receloso de que gentes extrañas, viéndome en una de mis crisis habituales, me creyeran muerto. Dudaba