VI.
El barril de amontillado.
Soporté cuanto pude las injusticias de Fortunato; pero cuando estas llegaron hasta el insulto, juré vengarme. Vosotros, que conoceis mi alma, debeis suponer que de mi boca no salió la más ligera amenaza. A la larga habia de vengarme; era cosa definitivamente resuelta; la más completa resolucion alejaba de mí toda idea de peligro. Debia no solo castigar, sino castigar impunemente. Una injuria no se venga cuando el castigo alcanza al desfacedor, ni se venga cuando el vengador no tiene necesidad de hacerse conocer del que ha cometido la injuria.
Debo hacer constar que jamás dí á Fortunato motivo alguno para que dudase de mi buena fé, ni por mis acciones, ni por mis palabras. Continué, segun costumbre, sonriéndole siempre, y él no comprendia, que mi sonrisa era la fórmula del pensamiento que yo de su inmolacion abrigaba.
Fortunato tenía un flaco por donde podía atacársele, aun cuando por todo lo demás era hom-