bia tres anillos de hierro, seis en total, por medio de los cuales seis personas podian trasportarlo. Todos nuestros esfuerzos reunidos no lograron más que moverlo ligeramente de su lecho.
Conocimos en seguida la imposibilidad de cargar con un peso tan enorme. Por ventura, la tapa no estaba sugeta más que por dos cerrojos que hicimos correr, pálidos y temblando de ansiedad. En el instante, un tesoro de un valor incalculable se estendió deslumbrador ante nuestros ojos. Los rayos de las linternas caian en la fosa, y hacian saltar de un monton confuso de oro y alhajas relámpagos y esplendores, que nos salpicaban positivamente los ojos.
No trataré de describir las sensaciones con que yo contemplaba este tesoro. El estupor, como se puede suponer, lo dominaba todo. Legrand parecia desfallecido por su misma escitacion, y no pronunció más que algunas palabras. En cuanto á Júpiter, su rostro se puso tan mortilmente pálido como es posible á un rostro negro. Parecia pasmado: como herido de un rayo. Bien pronto cayó de hinojos en la fosa y bañando sus desnudos brazos hasta el codo en el oro, les dejo así largo tiempo, como si gozase de las voluptuosidades de un baño.
En fin, gritó con un profundo suspiro, como hablando consigo mismo.
—Y todo esto viene del escarabajo de oro? El precioso escarabajo de oro! el pobre escarabajito