una porcion de huesos humanos, formando dos esqueletos completos, revueltos con muchos botones de metal, una cosa que nos pareció ser lata vieja podrida y desmenuzada. Uno ó dos azadonazos hicieron saltar la hoja de una gran nabaja. Cavamos más y tres ó cuatro monedas de oro aparecieron desparramadas.
A su vista, Júpiter pudo apenas contener su alegria; pero el rostro de su amo retrató una espantosa contrariedad.
Suplicónos sin embargo que redobláramos nuestros esfuerzos, y apenas habia acabado de hablar cuando tropezé y caí de boca: la punta de mi bota se habia enganchado en un gran anillo de hierro que yacia medio sepulto bajo un monton de tierra fresca.
Volvimos al trabajo con mucho ardor: jamás he pasado diez minutos en una exaltacion tan viva.
Durante este intérvalo, desenterramos completamente un cofre de madera de forma oblonga, que á juzgar por su perfecta conservacion y su asombrosa dureza, habia sido evidentemente sometido á algun procedimiento de mineralizacion, tal vez al bicloruro de mercurio.
Este cofre tenia tres piés y medio de longitud, tres de ancho y dos y medio de profundidad. Estaba sólidamente amparado por dos hojas de hierro forjado, remachadas y formando todo alrededor una especie de enrejado.
De cada lado del cofre, cerca de la tapa, ha-