señaló un nuevo punto, alejado muchas yardas del sitio donde habíamos cavado anteriormente.
Al rededor de este nuevo centro se trazó un círculo, un poco más grande que el primero, y nos pusimos en seguida á cavar.
Yo estaba estraordinariamente fatigado; pero sin darme cuenta de lo que ocasionaba un cambio en mi pensamiento, ya no sentia tan grande aversion por el trabajo que se me habia impuesto.
Tal vez habia en toda la estravagante conducta de Legrand cierto aire deliberado, cierta cosa patética que me impresionaban. Cavé ardientemente, y de tiempo en tiempo me sorprendia buscando, por decir así, con los ojos, con una sensacion que semejaba á la esperanza, ese tesoro imaginario, cuya vision habia enloquecido á mi infortunado camarada. En uno de estos momentos, en que estos desvarios estaban más singularmente enseñoreados de mí, y como ya hubiésemos trabajado cerca de hora y media, fuimos interrumpidos de nuevo por los violentos aullidos del perro. Su inquietud en el primer caso no era cordialmente más que el resultado de un capricho, ó de una alegria loca; pero esta vez tomaba un tono más violento y más caracterizado. Como Júpiter se esforzara de nuevo por ponerle un bozal, hizo una resistencla furiosa, y saltando en el agugero, se puso á escarvar la tierra frenéticamente con sus manos. En algunos segundos, habia descubierto