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HISTORIAS ESTRAORDINARIAS

Rompimos ligeramente este límite y cavamos dos piés todavía. Nada apareció. Mi buscador de oro, del cual yo me había compadecido sériamente, saltó en fin, fuera del hoyo con el más horrible desaliento pintado en el rostro, y se decidió, lentamente y como á su pesar, á tomar su trage que se había quitado antes de empezar la obra. Por mi parte, me guardé mucho de hacer ninguna advertencia. Júpiter á una señal de su amo comenzó á recoger los instrumentos. Hecho esto y quitádose al perro el bozal, tomamos nuestro camino en un silencio profundo.

Habíamos quizás dado una docena de pasos cuando Legrand, arrojando un terrible voto, saltó sobre Júpiter y le echó mano al cuello. El negro estupefacto abrió los ojos y la boca en toda su estension, soltó la azada y cayó de rodillas.

—¡Malvado! gritó Legrand, haciendo silvar las sílabas entre sus dientes ¡Negro infernal! miserable negro! habla, te digo, respóndeme al instante y sobre todo no prevariques. ¿Cuál es, cuál es tu ojo izquierdo?

—¡Ah misericordia! Amo Will, ¿no es este por ventura mi ojo izquierdo? rugió Júpiter asustado, poniendo su mano sobre el órgano derecho de la vision y manteniéndola allí con la persistencia de la desesperacion, como si hubiese temido que su señor quisiese arrancárselo.

—Yo dudaba, yo lo sabía! hurra! vociferó Legrand, soltando al negro y ejecutando una sériede piruetas y cabriolas, con grande asombro de