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EDGAR POE.

menos de pensar que componíamos un grupo asaz pintoresco, y que si algun intruso hubíera aparecido por acaso en medio de nosotros, le hubiéramos aparecido como haciendo una obra bien estraña y sospechosa.

Cavamos durante casi dos horas. Hablábamos poco. Nuestro principal estorbo lo causaban los ladridos del perro que tomaba un interés escesivo en nuestros trabajos.

A la larga, se puso tan turbulento que temimos que pusiese en alarma á algunos vagabundos de las cercanias.

Esto principal mente causaba el gran temor de Legrand; porque en cuanto á mí, me hubiera regocijado de toda interrupcion que me hubiese permitido conducir mi vagabundo á su casa. Al fin, el estrépito fué apagado, gracias á Júpiter que, lanzándose fuera del hoyo con aire furioso, le puso un bozal con uno de sus tirantas, y despues volvió á su tarea con una pequeña sonrisa de triunfo, muy grave en sus lábios.

Pasadas dos horas, habíamos abierto una profundidad de cinco piés, y ningun indicio de tesoro se encontraba. Hicimos un descanso general, y comencé á esperar que la broma tocaba su fin. Sin embargo, Legrand, aunque evidentemente muy desconcertado, enjugó el sudor de su frente con aire pensativo y volvió á tomar su azada. Nuestro hoyo ocupaba ya toda la estension de un círculo de cuatro piés de diámetro.