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EDGAR POE.

suerte que al fin su cuerpo servil y rehecho des apareció en la espesura del follage; estaba invisible del todo. Entonces se hizo oir su voz lejana y gritó:

—¿Hasta dónde es preciso subir todavía?

—¿A qué altura estás? preguntó Legrand.

—Tan alto, tan alto, replicó el negro, que puedo ver el cielo á través del fin del árbol.

—No te ocupes del cielo y ten atencion á lo que voy á decirte. Mira el tronco, y cuenta las ramas que están debajo de tí, de este lado. ¿Cuántas ramas has pasado?

—Una, dos, tres, cuatro, cinco he pasado; cinco gruesas ramas. De este lado, amo.

—Entonces sube una rama más.

Al cabo de algunos minutos, su voz se hizo oir de nuevo. Anunciaba que había alcanzado la séptima rama.

—Ahora, Júpiter, gritó Legrand, presa de una manifiesta agitacion, es preciso que encuentres el medio de avanzar sobre esa rama tan lejos como puedas. Si ves alguna cosa singular me lo dirás.

Desde entonces, algunas dudas que había tratado de conservar relativamente á la demencia de mi pobre amigo, desaparecieron completamente. No podía menos de considerarlo como presa de enagenacion mental, y comenzaba á inquietarme sériamente de los medios de volverlo á su casa.

Mientras que yo meditaba en lo que mejor