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HISTORIAS ESTRAORDINARIAS.

prodigioso, y negro se hacia mas lugubremente terrorífico.

A veces á una altura mayor que la del Albatros, nos faltaba la respiracion, y otras nos sobrecogia el vértigo descendiendo con espantosa velocidad á un infierno líquido, donde el aire se habia estancado y ningun sonido podia turbar los sueños del abismo.

Estábamos una de las veces en el fondo de estos abisņios, cuando un grito repentino de mi compañero estalla siniestramente en la oscuridad. ¡Mirad, mirad! me gritaba al oido. ¡Dios omnipotente! ¡mirad! ¡mirad! Mientras hablaba, percibí una luz rojiza de brillo sombrío y triste que flotaba en las paredes del golfo inmenso, én que estaban sepultados, y proyectaba á nuestro bordo un reflejo vacilante.

Al levantar los ojos; ví un espectáculo que heló mi sangre. A una altura terrorífica, justamente por cima de nosotros, y sobre la cresta misma del precipicio, se cernia un navío jigantesco de al menos cuatro mil toneladas, que aunque montado en la cresta de una ola que tenia cien veces su altura, parecia de una dimension mucho mayor que la de ningun navío de línea ó de los de la compañía de las Indias. Su disforme casco era de un negro oscuro, que no atemperaba ninguno de los adornos comunes en los navíos; una simple fila de cañones se prolongaba desde sus portañolas abiertas, y reflejaba por sus superficies pulimentadas los fuegos de innumerables fanales de combate que se balanceaban en los aparejos.

Pero lo que nos inspiró mayor asombro y horror es, que marchaba á toda vela å despecho de aquella mar sóbrenatural y de aquella tempestad desenfrenada. Cuando le vimos, no podia reconocerse mas que la proa, porque no se levantaba sino muy lentamente del negro y horrendo golfo que dejaba en pos de sí. Durante un momento; momento de indescriptible terror, hizo una pausa sobre aquella cima vertiginosa como en la ebriedad de su propia elevacion; despues vaciló, se inclinó, y en fin, se escurrió á lo largo de aquella pendiente.

No puedo decir qué sangre fria repentina sostuvo mi espíritu, echándome atrás cuanto pude, esperé sin temblar la catástrofe que debia acabar con mi existencia. Nuestro buque no luchaba ya contra la mar, y avecinaba por la proa. Por consecuencia, el choque de la masa precipitada le hirió en aquella parte de la cubierta, que estaba ya bajo el agua, y tuvo por resultado inevitable lanzarme al aparejo del estraño navío.

Cuando yo caia, el navío se levantó en un momento de reaccion, y luego viró de confusion que siguió á esto á lo que debí el no ser apercibido por ninguno đe la tripulacion. No tuve gran trabajo qué hacer para abrirme paso sin ser visto hasta la principal escotilla que estaba entreabierta, y encontré pronto una ocasion propicia para ocultarme en la cala. ¿Por qué hice esto? No lo sé; quizás mė indujo a ocultarme un vago sentimiento de terror quese apoderó de mí al pronto, á la vista de los nuevos navegantes; no me dí prisa á mostrarme á una raza de gentes, qué por rápido exámen que habia podido hacer de ellos, me habian ofrecido el carácter de una indefendible estrañeza, y tantos motivos de duda y de aprension. Así que mi primer cuidado fué procurarme un escondite en la bodega; quité una pequeña parte del falso bordaje de manera que me proporcionase un asilo cómodo entre las enormes cotillas del navío.

Apenas habia concluido mi tarea, cuando un ruido de pasos en la bodega me obligó á hacer uso de él: un hombre pasó al lado de mi refugio con paso débil y vacilante, á quien no pude ver bien el rostro, pero sí su porte y aspecto general. Reunia en su persona todos los caractéres de la debilidad y de la caducidad: sus rodillas le vacilaban bajo el peso de los años, y todo su cuerpo estaba trémulo; iba hablando solo, y refunfuñaba en voz baja y cascada palabras que no pude comprender y