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FOLLETIN DE LAS NOVEDADES.

caballos estranjeros del anciano conde, lo hemos traido como cosa perdida ó estraviada. Mas los caballerizos le desconocen y no dicen que el animal pertenezca á la casa, lo que nos parece estraño, porque trae señales evidentes del fuego que prueban que ha escapado por milagro.

—Las iniciales W. V. B. se ven tambien manifiestas en la frente; observó otro de los palafreneros y suponían que eran las iniciales de Wilhem Von Berlifitzing, pero todos los de la casa afirman positivamente que no conocen tal caballo.

—¡Es cosa verdaderamente estraordinaria! dijo el jóven baron con aire pensativo, y como quien no tiene conciencia de lo que dice: es, como decís, un caballo notable, un hermoso caballo, por mas que sea, como con razon afirmais, de un génio receloso é intratable. Ea, pues, que sea mio: me gusta; añadió despues de una pausa: tal vez un ginete como Federico Metzengerstein pueda domar al diablo mismo de las cuadras de Berlifitzing.

—Os engañais, monseñor, el caballo, como ya creemos haber dicho, no pertenece á las caballerizas del conde. Si así hubiera sido, sabemos demasiado bien nuestro deber para traerlo á la presencia de una persona noble de vuestra familia.

—Decís bien; repuso el baron secamente.

En este momento llegó un paje de palacio con el rostro encendido y á paso precipitado: cuchicheó á los oidos de su señor la historia de la desaparicion repentina de un pedazo de la tapicería en una habitacion que nombró entrando entonces en detalles de carácter minucioso y circunstanciado; pero como todo esto fué dicho en voz baja, ni una palabra sola llegó á oídos de los palafreneros que pudiera satisfacer su sobrescitaua curiosidad.

Durante la conversacion, el jóvcn Federico parecía agitado de emociones varias.

No obstante, recobró pronto su calma habitual y una espresion de malignidad decisiva se manifestaba ya en su fisonomía, cuando dió órdenes perentorias para que la estancia en cuestion se cerrase inmediatamente y se le trajeran á él mismo las llaves.

—¿Habeis sabido la muerte deplorable de Berlifitzing, el viejo cazador? dijo al baron uno de sus vasallos despues de la marcha del paje, mientras que el enorme caballo, que el noble baron acababa de adoptar como suyo, se encabritaba y botaba con redoblado furor al través del largo paseo que conducía desde el palacio á las caballerizas de Metzengenstein.

—No: contestó el baron volviéndose bruscamente hácia el que le hablaba. ¿Que ha muerto, dices?

—Es la pura verdad, señor, creo que para un señor de vuestro nombre no es mala la noticia que os doy.

Una pasajera sonrisa vino á los lábios.

—¿Y cómo ha muerto?

—En sus esfuerzos imprudentes por salvar la parte selecta de su caballeriza, pereció míseramente entre las llamas.

—¡Eso... es verdad!... esclamó el baron como impresionado lenta y gradualmente por alguna evidencia misteriosa.

—Lo que oís, señor, replicó el vasallo. ·

—¡Oh! ¡es horroroso! dijo el jóven con mucha calma, y volvió á meterse en el palacio.

Desde aquel dia, se óbservó un cambio señalado en la conducta relajada del baron Federico Von Metzengerstein, lo cual frustraba todas las esperanzas y desvanecía las intrigas de mas de una madre. Sus costumbres y modales se hicieron mas y mas singulares y menos que nunca ofrecieron analogía simpática de ninguna clase con las de la aristocracia circunvecina.

Nunca se le veia fuera de los términos de sus posesiones, andaba siempre solo, sin compañía alguna, á menos que aquel gran caballo impetuoso, extra-natural, de color de fuego, que monto siempre á partir de aquel dia no tuviese en realidad al-