lencio de la noche, murmuré á los oidos del santo varon las sílahas Morella? ¿Qué sér mas que diabólico puso en convulsion las facciones de mi hija y las cubrió con los tintes de la muerte, cuando estremeciéndose al oir este sonido apenas perceptible, volvió sus ojos límpidos del suelo al cielo, y cayendo de rodillas sobre el negro pavimento, de nuestro enterramiento de familia, respondió: aqui estoy?
Estas simples palabras cayeron distintas, frias, tranquilamenté distintas en mi oido, y de alli, como plomo derretido, rodaron silbando port mn cerebro. Los años podrán pasar; mas el recuerdo de aquel instante, jamás. ¡Ah! las flores y los pámpanos no eran cosas desconoidas para mí; mas el acónito y el ciprés me hacen sombra de dia y noche.
Perdí todo sentimiento del tiempo y del espacio, y las estrellas de mi destino desaparecieron del cielo, y desde eotonces la tierra se hizo tenebrosa, y todas las figuras de la tierra pasaron sobre mi como sombras chinescas, y entre ellas solo distinguia á una... ¡Morella! Los vientos del firmamento no suspiraron á mis oidos mas que un sonido y el oleaje del mar murmuraba incesantemente: ¡Morella! Pero ella murió, y con mis propias manos, la llevé á su tumba, y reí con amarga y prolongada risa cuando en el nicho donde deposité á la segunda, no descubrí vestigio ninguno de la primera Morella.

No puedo decir, lo afirmo formalmente, cómo, cuando, ni en dónde conocí por primera vez á Lady Ligeia. Muchos años hace y largos padecimientos han debilitado mi memoria, ó tal vez no puedo ya recordar ahora estos puntos, porque, en verdad, el carácter de mi muy amada, su rara ilustracion, su género de belleza tan estraordinario, tan plácido, y la penetrante é imponente elocuencia de su profunda palabra armónica han penetrado mi corazon de una manera tan dulce, tan constante, tan furtıva que no me he apercibido de ello ni tenido nunca conciencia de ello.