de mosáico, práctica tan arraigada, que continuó muy en boga en la siguiente centuria. De ella nos quedan, por fortuna, ejemplares interesantes en cuya descripción vamos á ocuparnos.
Es uno el balcón ajimez ([1]) que aún vemos en el muro de fachada de la casa que fué de los Marqueses de la Algaba en la plaza de Omnium Sanctorum, y la ventana ajimezada que existe en otra casa de la calle de Juan de Avila. Estos dos pormenores arquitectónicos, con otro, también muy bello, como es la portada de la iglesia de San Isidoro del Campo, son los más importantes que nos restan, y por cierto, diremos con respecto á los dos primeros, que ni su valor artístico-arqueológico, ni su belleza, ni aún la cualidad de ser únicos, han sido circunstancias favorables para que una mano compasiva los salve del inminente peligro en que se hallan de desaparecer para siempre.
El balcón de la casa de los Marqueses de la Algaba, hállase edificado en un lienzo de muro comprendido entre dos pilastras de ladrillo agramilado, ó sea alternando en fajas amarillas y rojas. Por su esmerado corte, por la forma de dichas pilastras y por los perfiles de sus molduras, parécenos obra del tiempo de los Reyes Católicos. Dentro de un vano rectangular, voltean dos arcos apuntados y angrelados, á los cuales, falta la columnita ó parteluz. Las enjutas están enriquecidas con labores de estrellería de mosaico, siendo de notar, que las estrellas centrales son doradas ó como hoy dicen, de reflejos metálicos, unas amarillas, (de oro) y otras rojizas (de cobre). Una guardilla compuesta de cintas verdes, meladas ó doradas, que resaltan sobre fondo blanco forma la guarnición del arrabaá, dentro del cual vemos inscritos los arcos. Por debajo del balcón, corre, á manera de friso un espacio rectangular, ocupado por una lacería, cuyas cintas son de estuco y los espacios libres que dejan aquellas al cortarse, se ven cubiertos
- ↑ Seguimos aquí el tecnicismo vulgar, que llama ajimeces, á los vanos que contienen dobles arcos sostenidos en su centro por una columna (parteluz). Tenemos más de un motivo para dudar de la exacta aplicación que se ha venido dando i la palabra ajimez, según se desprende de la lectura de documentos de los siglos XV y XVI; por tanto, al emplearla, lo hacemos con el objeto de evitar confusiones, por haber tomado carta de naturaleza entre nosotros.