APLICACIÓN DEL VIDRÍO A LA ESCULTURA 89
trado hablando de azulejos, se halla en una carta escrita desde Zaragoza, en 1422, por doña Juana de Aragón á la abadesa de Santo Domingo el Real de Toledo, en la cual le encarga azulejos amarillos, (¿melados?) negros, blancos y verdes, de los que se hacían en la ciudad imperial. Infiérese de esta carta, añade el mismo autor, que los azulejos de colores que se usaban cortados en pedazos para formar modelos de mosaicos, doña Juana, continúa diciendo el Sr. Riaño, envió á Sevilla por trabajadores para que los cortasen, lo cual induce á creer que en aquella ciudad había alcanzado la alfarería una gran altura (Classified and descriptive Catalogue of the arts ohjects of Spanish production in the Sanik Kensington Museum, pág. . 25 )
Fácilmente se demuestra este aserto considerando sólo los centenares de nombres de alfareros de los siglos XIV, XV y XVI, desconocidos hasta ahora, que insertamos en el Registro de olleros al final de la presente monografía, los cuales comprueban el extraordinario desenvolvimiento alcanzado por nuestra cerámica en la segunda centuria que acabamos de citar, que no hubiese, acaso, logrado tal auge, sin contar antes con los indispensables precedentes, legados por los siglos anteriores. A los ceramistas, pues, del siglo XV, prepararon el camino para lograr la perfección que revelan sus obras, sus precursores del XIV, siendo evidente, que el adelanto de la cerámica sevillana obedeció, como el de todas las industrias, á la ley eterna é ineludible del progreso humano.
Entre los estragos que causó la Revolución de 1868 en los monumentos hispalenses, no podemos menos de recordar con pena, el derribo de la hermosa iglesia parroquial de San Miguel, la cual, según narran nuestros historiadores, fué restaurada ó reconstruida por D. Pedro I; fábrica insigne del estilo mudejar y de las pocas que de aquel tiempo quedaban en Sevilla con bóvedas de ladrillos, é impostas, nervaduras y capiteles de piedra franca, conteniendo adornos característicos de aquel estilo.
Procedente de una pequeña hornacina, que conocimos sobre el tejaroz de la portada de los pies de aquel templo, es el bajore-