de su tiempo, si bien no han escarmentado por ello... I sin embargo de esto, hace mas de dos siglos que un humilde fraile franciscano, definiendo al verdadero historiador, habia pronunciado estas magníficas palabras, dignas de Camilo Henriquez: "Quien escriba historia debe ser con una pluma que dé voces como la trompeta del juicio" [1].
Uno de los temas mas interesantes tratado con frecuencia por el padre Rosales, es el de las espediciones marítimas emprendidas contra Chile en los siglos XVI i XVII, especialmente por la Inglaterra i por la Holanda. No deja de mencionar una sola de ellas, i con la particularidad de que sus revelaciones se refieren casi únicamente a los aprestos de resistencia interna que hacian los chilenos, completando así el cuadro descabalado de aquellas aventuras, conocidas hasta aquí únicamente, a virtud de los libros estranjeros, por el lado de la invasion i del mar. No omitiremos mencionar a este propósito, que, segun nuestro autor, cuando Cavendish asaltó a Valparaiso a postreros del siglo XVI, salió de Santiago armado de punta en blanco i aparejado para la batalla, a la cabeza de "veinte clérigos i ordenados," el provisor don Francisco Pastene, probablemente a título de nieto del célebre almirante. Iba tambien erguido sobre su lanza el canónigo don Pedro Gutierrez, i a mas, al frente de una de las tres compañías de milicias que despachó el cabildo de Santiago a la costa, marchaba el padre Juan Cano de Araya, que habia sido soldado.
Cuenta tambien el no siempre discreto jesuita un lance de este jaez que es peculiar de esos años i ocurrió en la Concepcion. Es el siguiente:—Hallábase un dia cierto estudiante de teolojía, consagrado de órdenes menores, parodiando en una alcoba la leyenda de amor que se atribuye al santo rei David, cuando el agraviado Urias presentóse a la puerta, i en retribucion de su sorpresa recibió en el rostro tan feroz candelerazo que le bañó en sangre. Pero él acertó a echar el cerrojo por de fuera a los culpables i apellidó en su auxilio a la justicia. Hallábase a la sazon en la ciudad el iracundo Alonso de Rivera, i como era hombre de muchos brios, tomó la cosa a pechos, hizo montar al clérigo adúltero en un caballo, i por las calles públicas le aplicaron doscientos azotes, desman que no pudo estorbar el obispo, porque cuando lo supo, dice candorosamente el cronista, "ya se los habian dado".. Pero siguióse de esto una descomunal riña eclesiástico-civil, mezclada de azotes i de cánones, de adulterio i escomunion mayor, que no terminó sino con la humillacion del presidente, pues para levantarle la última el diocesano "le puso el pié en el pescuezo," i así solo lo perdonó.
I a este tenor ofrécenos todavía el cronista de la Compañía de Jesús un ejemplo no ménos curioso de las escentricidades eclesiástico-militares de esos años: tal es su historia ya citada de la Monja-alférez, relacion admirable porque es sincera, i preciosa porque es completa. El estudio i vaticinio que el que esto escribe hizo hace ya ocho
- ↑ Frai Juan de San Buenaventura, provincial de San Francisco en 1666.—(Juicio sobre la historia de Rosales.)