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XLIV
PREFACIO.

aficionado Olivares, quien, a mayor abandamiento, confiesa haber tenido alguna vez a la vista fragmentos del libro del antiguo provincial.

Es sumamente curioso el párrafo que Rosales consagra a la existencia i propiedades del carbon de piedra (este propio nombre le da) de la bahía de Concepcion, cuyo descubrimiento el vulgo hace datar apénas del cuarto del siglo que espira, i no lo es ménos aquel en que menciona nuestras aguas termales. No hace, es cierto, alusion ni a las de Colina ni a las de Apoquindo (que talvez en esta época no se conocian o no se usaban), pero cita como excelentes las del "Principal de Zamora" i una fuente de agua hirviendo que existia en Bucalemu, en la cual él mismo se curó de una enfermedad mortal, pero de cuyo paraje no queda hoi indicios en aquella hacienda, talvez a influjo de los sacudimientos posteriores de la tierra. Habla tambien con estension de los baños de Rancagua (Cauquénes) i de una fuente sin nombre que señala en las cordilleras de Chillan.

Del reino mineral, es decir, el oro, que era el único metal químicamente conocido de los conquistadores castellanos, cuenta Rosales verdaderos prodijios, pues si Ovalle refiere que lo servian sus mayores en los saleros en los dias de festin i lo barrian las sirvientes en los patios despues de los saraos, su contemporáneo asegura que por ser mas barato que el fierro se hacian en un tiempo frenos de aquel metal i se herraba con sus tejos los caballos. Asegura que el tributo anual que los chilenos pagaban al Inca i que encontró Almagro llevado en unas andas de caña brava, pesaba catorce quintales, i que éste iba en rieles sellados con una estampa en la forma de un seno de mujer, sin contar dos pepas de oro nativo, de la cual una valia 700 pesos i la otra 500. Añade en otra parte que de los libros reales de la Imperial que él mismo viera, constaba que la tasa que se pagaba al rei por el oro recojido era de 700 pesos diaríos, i sostiene con sobrada razon, como podria probarse matemáticamente hoi dia, que el oro no ha dejado jamas de ser abundante en Chile, pues lo que se ha acabado no son los lavaderos, sino los lavadores, i el azote, que era su salario.

Pero lo que nos parece mas digno de mencion especial en el análisis que hace de nuestra topografía, es la etimolojia sencilla natural i a todas luces verdadera que, prescindiendo de agüeros, gritos de pájaros i otras patrañas (acojidas, sin embargo, por hombres tan sérios como Molina), da el historiador jesuita al nombre de Chile. No proviene éste, segun él, sino del apellido de un cacique de Aconcagua que así se llamaba, i que, como sucede hoi en Arauco, daba su nombre al valle que habitaba, el valle de Chile, i de aquí por amplificacion al de todo el reino. Tan cierto es esto, que toda, prevalece en nuestros campos i aun en las mas cultas ciudades la propension a denominar los lugares por el nombre de sus habitadores, como lo de "Amaza" (Purutun), "lo de Aguila," "lo de Nos," etc. Los conquistadores no hicieron sino jeneralizar el nombre local, exactamente como habian llamado al Perú Pirú por el nombre del primer indio pescador que salió a su encuentro cerca de Túmbez i que les dijo llamábase así él mismo o su lugar.

Esplica tambien Rosales por qué Chile se llamó siempre reino de Chile, a dife-