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XXXV
HISTORIA DE CHILE

publicó el padre Ovalle i en los dos capítulos citados que desde hace algunos años se conservan en la Biblioteca Nacional, los cuales tratan de las borracheras i supersticiones de los indios, tema mucho mejor i mas ampliamente tratado por él en el presente libro.

Refiérense asimismo los fragmentos que se habia procurado el señor Eizaguirre únicamente al descubrimiento de los Césares por el padre Mascardi, i los que conserva en su poder el padre Enrich contienen apenas la vida de cuatro jesuitas coetáneos del autor, cuales fueron Francisco de Vargas, Juan Moscoso, Vicente Modolell i Francisco de Astorga, el tan amado compañero de Rosales en Boroa. Escribió estas cuatro vidas el padre Rosales siendo provincial, porque esos sacerdotes fallecieron miéntras él ejercia aquel cargo, i como a tal le incumbia por su regla honrar su memoria i consignar sus hechos: Vargas falleció en el Noviciado en 1662, Moscoso en Valdivia en 1663 i Modolell i Astorga en 1665, el primero en Santiago i el último en Concepcion.

La derivacion de mayor entidad que es posible deducir de algunos de esos legajos descabalados es la de que el padre Rosales estaba vivo en 1674, i aun mas tarde, pues en los capítulos relativos a Nicolas Mascardi rejistra una carta dirijida por éste al presidente Henriquez desde mas allá de la laguna de Nahuelhuapi, con fecha de octubre 8 de 1672, cuyo documento no pudo llegar a manos del historiador sino seis meses o un año mas tarde.

LVIII.

En cuanto a las vidas de otros jesuitas, cuyos borradores la casualidad hizo parecer en Lima i que son otros tantos capítulos de la Conquista espiritual de Chile, las principales son las del padre Alonso del Pozo, natural de Santiago, la de Alonso de Ovalle, la del padre Villaza, la de Domingo Lázaro de las Casas, la del padre Bartolomé Navarro, gran predicador a quien llama Rosales "pasmo de su época," i la de Juan Lopez Ruiz, quinto provincial de la órden en Chile, quien, despues de haber servido como apóstol durante treinta años entre los salvajes de los Chonos, falleció en Santiago el 1.° de diciembre de 1670 de 78 años de edad.

Escusado es decir que Rosales prodiga elojios calorosos a cada uno de sus hermanos, la que aumenta la monotonía i la esterilidad del libro, si bien él tiene el raro mérito, desgraciado hoi dia para los compiladores de su vida, de no mencionarse a sí propio en parte alguna.

LIX.

Es de creerse que en la confeccion de estas dos obras, que segun el propósito de su autor iban a formar una sola, dividida cada cual en dos gruesos volúmenes, ocupó Diego de Rosales los últimos quince años de su vida, porque en su dedicatoria a