XLVI.
El padre Rosales ocupó su incansable actividad en beneficio de sus nuevos deberes, enseñando a la juventud i fomentando los intereses de su órden. Compró con este fin para el rectorado de Concepcion la hacienda de Conuco, adquirió otra mas pequeña para la subsistencia de la mision de Arauco, i se preocupó de reconstruir la iglesia principal de Penco bajo el pié de suntuosidad con que algo mas tarde promovió i llevó adelante la edificacion del famoso templo de Santiago que todos hemos conocido.
XLVII.
Hallábase el padre en Concepcion a la cabeza de su iglesia cuando sobrevino un espantoso terremoto, del cual han hablado poco los historiadores porque parece que, como el de 20 de febrero de 1835, fué solo local en las latitudes del sud. Tuvo lugar el fenómeno el 15 de marzo de 1657, con dos dias de diferencia al aniversario del terrible cataclismo llamado por los antiguos el "temblor magno." Dice Rosales que eran tan fuertes los vaivenes que no podía tenerse en pié, que salió el mar i que quedó armiñada toda la ciudad, escepto su iglesia, cuyos atrios i claustros sirvieron de asilo al pueblo i especialmente a los relijiosos de las demas órdenes regulares dejados sin templos i sin hogar.
Refiere el padre, a propósito de esta catástrofe, un caso curioso que revela su discrecion i sagacidad, porque habiéndose aparecido un niño asegurando bajo mil juramentos que un hermitaño le encontró en el monte i le dijo que iba a temblar de nuevo con mayor estrago i a perecer el pueblo entero, alborotóse éste a tal punto que el presidente Porter Casanate i el obispo don Dionisio Cimbron hubieron de convocar a una reunion de notables i de teólogos para examinar la profecía. Traido el muchacho a la presencia de la asamblea ratificóse con grandes veras de candor en todo lo que habia revelado, aumentando las zozobras de los circunstantes i de la muchedumbre, hasta que el padre Rosales tomó el partido de finjir que le creia, i poniéndose de su lado, en contra de los que le argumentaban, díjole: "Mira, niño, que te has olvidado que el hermitaño te dijo que no buscasen su cuerpo porque los ánjeles le habian de llevar al monte Sinay"... Cayó el muchacho en el ardid, i respondió que aquella i otras circunstancias que le inventó el padre de seguido, eran ciertas, pero que se le habian olvidado. De todo lo cual resultó que el niño estaba inducido a aquella patraña i maldad por un soldado que probablemente pagó al pié de la horca su mala ocurrencia. Toma pié de aquella falsa revelacion el jesuita para poner en guardia la credulidad ajena sobre la prodigalidad de los milagros; pero no parece que él abandonara la suya propia, porque en el curso de su historia cita no ménos de cien casos milagrosos, de algunos de los cuales él deja constancia como testigo presencial. Era aquella singular edad de fe, de batallas, de dolores i de milagros, no sus hombres, la que enjendraba cada dia esos portentos i hacíalos correr como hechos llanos en el vulgo.