cuerpo, de prudente consejo i especialmente de incansable actividad i vijilancia, que contrajo Diego de Rosales en la defensa de Boroa. Pero sí debemos señalar un rasgo de su vida que la caracteriza i la coloca a mayor altura que la que le alcanzara su taimada porfía castellana.
Ese rasgo es sencillamente el de que siendo él por todos conceptos un hombre mui superior a su colega el padre Astorga, por su edad, por su literatura, por su nacimiento en Europa, que le daba un prestijio cuyo alcance no es hoi facil calcular, por su salud misma, que era robusta i la de su colega valetudinaria, atribuye aquél sin embargo al último, en la biografía que de él escribió, todo el mérito de la defensa, sin nombrarse él mismo sino una sola vez en el lance que con su propia pluma dejamos recordado. Testimonio es éste de tan rara elevacion de alma, que por sí solo ennobleceria ante la historia el carácter de su autor, si no fuera que es larga la enumeracion de todas sus prendas i virtudes.
La modestia del padre Rosales, al relatar posteriormente los hechos de su colega, es tanto mas digna de alabanza cuanto que este último pasó a ser su subalterno, despues del asedio de Boroa, al paso que sobre él culminaron los mas altos honores de su órden, testimonio indestructible de que sus contemporáneos le hicieron mejor justicia que la que él mismo acostumbraba tributarse.
XLV.
A poco de haber regresado triunfalmente el padre Rosales a Penco, fué nombrado en efecto rector de su colejio e iglesia, que era el segundo peldaño en la escala de la órden despues de la prelacia. I como la guerra continuase, envió a su compañero el padre Astorga a defender la estancia de la Magdalena que los jesuitas poseian a orillas del Itata, cuyo encargo desempeñó el último con su acostumbrada habilidad, labrando cañones de palo para asustar con el aparato a los indíjenas. Era este notable jesuita natural de Santiago, de familia emparentada con la de Alonso de Toro, fundador de este apellido en Chile, i ocho o diez años menor que Rosales, pues habia nacido en 1609 e incorporádose en la Compañía como novicio en 1627. Adolecia de una enfermedad crónica al pecho, porque siendo niño le aplastó una carreta en que venia de la chácara de sus padres a la ciudad trayendo un pájaro en la mano (probablemente un halcon o cernícalo), i habiéndosele volado éste de las manos i parádose en el lomo de uno de los bueyes que conducia el vehículo, espantóse la yunta i volcólo en una zanja dejándolo exánime. Falleció por esto el padre Astorga de edad temprana el 7 de noviembre de 1665, de 56 años. "Murió pobre como vivió, dice su biógrafo, i no se hallaron en su poder alhajas ni cosas curiosas, que como siempre se tuvo por peregrino en la tierra andaba desembarazado de todo lo que le pudiera dar cuidado." Elojio sencillo i digno de un buen varon, que un hombre antiguo habria deseado como honroso epitafio para su sepulcro.