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XXVIII
BIOGRAFÍA

navegantes mas distinguidos de que en aquel siglo jactábase todavía la prepotente marina española.

Hallábase el almirante Porter en Penco con su lucido ejército mandado por la flor de los caballeros de Chile, despues que la ola de la indignacion pública habia barrido con los viles mercaderes de la honra militar i del deber civil. Descollaba entre aquellos el cruel pero valerosísimo i brillante don Ignacio de la Carrera, quinto abuelo por línea de varon de los héroes de la Independencia, don Francisco Bascuñan i Pineda, don Diego Gonzalez Montero, don Miguel de Silva i el mismo Juan Rodulfo Lisperguer: todos estos últimos, chilenos. Carrera era vizcaino.

XLII.

En tan desamparada situacion ocurrióseles a los asediados de Boroa un último arbitrio para procurarse amparo i dar noticia de su existencia a los cristianos. Fué éste el de despachar a media noche unos fieles yanaconas que haciendo su travesía por las selvas llevasen sus angustiosas cartas a los que vivian o mandaban en Penco.

Hízose así, i aunque el gobernador Casanate i el ejército entero recibieron con júbilo la noticia de que aún vivian i peleaban los soldados de Boroa, no faltaron en el campo castellano voces de mengua que aconsejaban el dejar morir aquellos bravos ántes que poner en pehgro, en el interior del pais sublevado, aquel ejército, última esperanza de la patria i sus haciendas. Pero por honra i fortuna de las armas españolas, prevaleció en el consejo de guerra que para aquel caso hizo el gobernador en Concepcion, la voz de los alentados, especialmente la del fogoso Carrera i la del bravo aunque ya octojenario don Diego Gonzalez Montero. El ejército pasó en consecuencia el Biobio, camino de Boroa, en los primeros días de enero de 1656.

Era ya tiempo.

XLIII.

El 18 de aquel mes el campo castellano estaba, a la vista del fuerte asediado, cuyos alrededores habian desamparado los enemigos, i ese propio dia los salvados i los salvadores fraternizaban en el mismo justo regocijo. Tres dias despues la plaza estaba completamente desmantelada i la guarnicion era conducida en triunfo al cuartel jeneral de Penco. Escusado es decir que lo primero que el padre Rosales hizo fué rogar a sus soldados cargar respetuosamente en sus hombros la imájen milagrosa de Nuestra Señora de las Nieves, a la cual, con su fe sana e injenua, el animoso jesuita atribuia el prodijio de aquella defensa pocas veces sobrepujada en la historia de las hazañas militares de nuestro suelo.

XLIV.

No necesitamos ciertamente, despues de lo que llevamos referido, poner en mayor evidencia el mérito insigne de sufrimiento cristiano, de fortaleza de ánimo i de