Ercilla, i sabia que habian bastado las muñecas sangrientas de Galvarino para hacer correr a las armas a la Araucanía entera.
Quedaron dentro del fuerte solo veinte yanaconas mansos, naturales de Santiago i de Penco, que desde su primera niñez habíanse criado entre españoles.
XXXI.
Puestas las cosas en aquel punto, presentóse Chicahuala montado en brioso caballo, i, como Lautaro en el Mataquito, llamó por el rebellin a los padres; i mostrando pecho osado i suelta lengua, les invitó en una larga arenga a su usanza a rendir la plaza con condiciones de honra militar i la completa inmunidad de sus personas, por el afecto sincero que a ellos profesábales la tierra toda, agradecida a anteriores servicios de quince años. Chicahuala se ofrecia a escoltar con su persona a los dos misioneros hasta dejarlos salvos en Penco o en Valdivia, a su eleccion.
Replicó el padre Rosales á aquella proposicion, cierta o falaz, con inmutable entereza, manifestando que ni él aconsejaria la rendicion del fuerte ni los soldados la consentirian, ántes de haber quemado su última mecha sobre la cazoleta de los arcabuces.
XXXII.
Inmediatamente despues de aquel heróico desahucio comenzó el ataque simultáneo del fuerte, empeñándose las numerosas indiadas en prenderle fuego disparando flechas con trapos encendidos sobre la techumbre de totora del cuartel i los pajizos albergues del fuerte.
Recio fué el primer embate i aun lograron quemar algunos de los ranchos del recinto. Pero por una parte los padres atendian a estas emerjencias con las mujeres, i por la otra los soldados se portaron con estraordinario heroismo, especialmente un alferez que defendió uno de los cubos o baluartes del fuerte con singular bravura, sin mas compañía que ocho soldados.
Los sitiadores perdieron mas de cien hombres, ametrallados en aquel primer encuentro.
XXXIII.
Conocieron los padres, i especialmente Rosales, que era esperimentado en cosas de guerra, los puntos débiles de la plaza, i aconsejaron al dócil Aguiar concentrar la defensa en un solo punto, cual era el cubo o reducto llamado de San Miguel, custodiando el resto de las palizadas solo como si fuesen defensas esteriores. Accedió el castellano al buen consejo, i aquella misma noche llevaron los sitiados en piadosa procesion la vírjen de las Nieves a su nuevo altar, que era un cañon. No omitiremos agregar que, no obstante su fríjido nombre, el padre Rosales asegura haber visto por sus propios ojos sudar copiosamente aquella imajen miéntras se encruelecia el ataque de los bárbaros en el primer dia victorioso del asedio.