que a nada, ni siquiera al cuerno de guerra que tocaba a la arma en todos los valles, prestaban oido aquellos incorrejibles espoliadores.
XXI.
Al contrario, contra las advertencias cautelosas de Rosales i de su colega el padre Astorga, tan avisado como él, el aturdido maestre de campo, jeneral Juan de Salazar, abandonó el reducto de Boroa en los primeros dias de enero de 1655, llevándose todo el ejército para hacer una campeada de rapiña en ambas márjenes del Tolten. I no solo condujo consigo los tercios veteranos sino los indios amigos de las reducciones vecinas i la mayor parte de la guarnicion de Boroa, incluso a su capitan i castellano el famoso don Francisco Bascuñan i Pineda, autor del Cautiverio feliz. Todo lo que quedó en Boroa con los dos padres conversores fueron 47 soldados, al mando de un oficial bisoño llamado Miguel de Aguiar.
XXII.
Debia ser la señal de la conflagracion jeneral la llegada del ejército a orillas del Tolten, i así sucedió que acampado allí Juan de Salazar, los primeros en volver sus lanzas contra él fueron los indios amigos de Boroa que le acompañaban.
Con su cobarde atolondramiento de costumbre, Juan de Salazar precipitóse con su ejército desmoralizado i hambriento hácia Valdivia, sin hacer frente a los sublevados, como con voces de soldado pedíaselo el pundonoroso Bascuñan, i embarcándose como un prófugo en aquel puerto para Penco, dejó degollados en la playa, entre caballos i reses, siete mil, animales.
XXIII.
No fué menor ni ménos infame el aturdimiento de su hermano, el sarjento mayor i segundo en el mando militar José Salazar, que guarnecia la inespugnable plaza de Nacimiento con mas de doscientos buenos soldados. Atropellando por todo consejo i todo honor, hizo el despavorido capitan amarrar balsas i echólas al Bio-bio en la estacion del año en que apénas es flotable para trozos sueltos de madera, de suerte que despues de haber hecho encallar las embarcaciones que conducian las familias de la guarnicion de Nacimiento, frente a San Rosendo, entregándolas al cuchillo de los enfurecidos bárbaros alzados, sucumbió él mismo con el último de sus soldados, atascado en la arena en el paso de Tanaguillin, entre Gualqui i Santa Juana. Allí le atacaron los indios por una i otra márjen, i peleando en el agua con indomable fiereza no dejaron un solo hombre con vida.
XXIV.
Con mayor vergüenza todavía, abandonó el gobernador, tan cobarde como sus cuñados, la plaza fuerte de Yumbel, donde se hallaba cuando estalló la rebelion, i