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DIEGO DE ROSALES.

una bola y ganar a los demas. Y proviene la fortaleza de las mugeres de criarse medio desnudas, al frio y al agua, con tan poco melindre y delicadeza, que todas las mañanas, aunque esté granizando, se han de vañar. Están hechas al trabaxo y a moler, cargar a cuestas el agua, la chicha, la leña, las cosechas, sin descansar un punto, como hemos dicho. No usan de tocas ni de cosa que las cubra la cabeza, ni se enjugan el cabello, aunque se laban la cabeza, sino que assi le dexan tendido al ayre; no traen corpiños, ni jubones, ni cosa de abrigo, ni aun camisas, sino los brazos descubiertos y una manta delgada a raiz de las carnes: affeites ni mudas no saben que cosa sea. En el cabello no tienen mas adorno que tranzarle y echarle a las espaldas y cortarle por delante hasta cerca de las cejas. Quando salen fuera de casa son modestas y naturalmente vergonzosas, y nunca las verán descomponerse. Y es rarissima la india que haze adulterio al marido, assi por el rigor con que las castigan, como por estar entre ellas muy assentada la lealtad a los maridos. Solamente las que no tienen marido son faciles en la deshonestidad por no tener a quien respetar, que en esa parte tienen poco temor a los Padres, y a Dios ninguno porque no le conocen; antes en muchas ay ignorancia de que sea pecado la junta de solteros. Porque quando sus caciques hazen exhortaciones a la gente para que no haya en sus fiestas ruidos y pleitos, solo afean al adulterio por ser en offensa del marido, y ese castigan o le pagan los que le hazen, como queda dicho atras. Mas la virginidad ni se pide ni se paga, ni le obligan a que se case con ella al que conoció una doncella, ni a que la dote, porque ninguna muger ha menester dote para casarse, antes se le dan los maridos.

El ajuar de sus casas y el menage es poquissimo y pobre, contentos con tener que comer y vestir moderadamente, y assi se passan sin colgaduras en las casas, sin bufetes, sillas, escritorios, caxas ni camas de campo, y ninguna como las suias; son de campo, porque assi en el campo como en sus casas duermen en el duro suelo, y el mayor regalo de la cama es un pellexo de carnero por colchon, sin sabanas ni sobrecamas, sino las mismas camisetas que trahen encima esas les sirven para cubijarse, y quando mucho, otra mas gruesa que llaman Poncho, y un palo o una piedra por almohada. Buena penitencia para un hermitaño. Y no lo es menos su desnudez y passar sin comer pan ni carne, andar descalzos, y descubierta la cabeza al sol y al agua. Pero como nada de esto hazen por Dios, sino por necesidad, no es en ellos virtud, y como están habituadas a ninguna cosa de estas, que en otros fuera penitencia, lo es en ellos, ni mortificacion, porque no lo sienten. Y es gracioso a este proposito el caso que refiere el Padre Alonso de Ovalle en su curiosa historia, de un indio que conocí muy bien por estas palabras: "Es admirable el caso que le sucedió a los principios al Padre Luis de Valdivia, fundador de las misiones de Chile, quando se comenzaron a exercitar en las cosas de piedad y de devocion propias de christianos: vino un indio a confessarse con el Padre, el qual le dió en penitencial para que comenzase a hacerla por sus pecados, que se pusiese un silicio que para esto le dió. Era este un saco de cerdas bien texidas y atusadas, tan áspero que diera muy bien en que entender a qualquiera de nosotros que se le pussiesse. El indio se le puso a raiz de las carnes como se lo avia dicha Sucedió que de alli a un año salió este indio en la procession del Corpus bailando entre