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ANTÓN P. CHEJOV

guita con las patas y se queda pegado... ¿Sabe usted qué hacíamos con ellas? Las poníamos en una vasija con una bihorca.

—¿Qué es una bihorca?

—Es una especie de araña que se parece a la tarántula. Luchando puede matar a cien tarántulas.

—Sin embargo, tenemos que seguir escribiendo... ¿Dónde estábamos?

El Sabio dicta unas veinte líneas más y se queda reflexionando.

En el intervalo, Matveievitch esfuérzase en arreglar el cuello de su camisa. La corbata está floja, el botón se ha caído y el cuello ábrese constantemente.

—Oiga—pregunta el Sabio—, ¿encontró usted por fin su empleo?

—No por cierto... Es cosa difícil... He decidido ingresar en el ejército como voluntario. Verdad es que mi padre prefiere que yo practique en una farmacia.

—Lo mejor sería que ingresara usted en la Universidad... Los exámenes son duros; pero trabajando se puede conseguir algo. Estudie... lea... ¿Tiene usted libros?

—Muy pocos—contesta Iván Matveievitch encendiendo un cigarrillo.

—¿Ha leído usted a Turguenef?

—No.

—¿Y a Gogol?

—Tampoco.

—¿Cómo? ¿No ha leído usted nada de Go-