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HISTORIA DE UNA ANGUILA

sabe usted que no puedo perder el tiempo, a pesar de lo cual llega usted siempre con retraso. Hoy se ha retrasado usted dos horas.

—Es que no vengo directamente de mi casa—balbucea Iván Matveievitch, e indeciso se desata la bufanda—. Es el santo de mi tía, que vive a unos seis kilómetros de aquí.

—Usted no tiene sentido común. Se pasa usted el tiempo rodando por las casas de sus tíos, desatendiendo mi trabajo urgente. ¡Por Dios, acábese de quitar esa bufanda! ¡Esto es insoportable!

El Sabio se abalanza de nuevo sobre el copista y le ayuda a desenredar su tapabocas.

—¡Venga pronto, se lo ruego!

Sonándose con su pañuelo sucio, arreglándose su chaquetilla gris, Iván Matveievitch atraviesa la sala y el salón y penetra en el gabinete.

Todo está preparado: el papel, la pluma y hasta los cigarrillos.

—Siéntese, siéntese de una vez—dice el Sabio con impaciencia—. Usted sabe bien que el trabajo que hay que hacer es urgente, y no obstante llega tarde.

El Sabio paséase por la habitación, concéntrase y dicta:

«El hecho radica... coma... en su radicación uniforme... ¿Ha escrito usted?... uniforme... depende del mismo principio... coma... en cuyas profundidades tiene sus raíces, y de ellas solamente puede tomar su encarnación...