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HISTORIA DE UNA ANGUILA

a casa de Schibukin; estos demonios se quedarán aquí hasta la noche.

Pero la tienda de Schibukin está cerrada.

—¡Si estaba abierta hace poco!—dicen asombrados los sanitarios—. Cuando entrábamos en casa de Ocheinikef, Schibukin estaba delante de su puerta enjuagando una tetera de cobre. ¿Dónde está?—preguntan a un mendigo que está sentado al lado de la tienda cerrada.

—¡Una limosnita por el amor de Dios!—entona el mendigo con voz ronca—. ¡Tengan piedad de un lisiado, por el amor de Dios! ¡Por el descanso de las almas de sus padres!...

Los sanitarios le manifiestan con la mano su impaciencia y se alejan todos, excepto el procurador del Ayuntamiento, Pliumin, que le da al mendigo un copec, y luego, como asustado, se persigna y corriendo alcanza a los demás.

Al cabo de dos horas, la comisión regresa; todos tienen el aspecto cansado y fatigado; pero no han ido en balde: un municipal lleva triunfalmente detrás de ellos una cesta con manzanas podridas.

—Ahora, después de haber trabajado, conviene tomar una copita—declara el inspector de Policía guiñando el ojo y señalando a una taberna—. ¡Vamos a reponernos! ¡Sí; no estaría mal! Entremos si les parece.

Los sanitarios entran en la taberna y siéntanse alrededor de una mesa coja. El inspec-