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HISTORIA DE UNA ANGUILA

la misma trampa. Puntiagof, de contento, se echa a reír y se recuesta en su silla... Ya no tiene motivo de ocultar su condecoración: los dos han pecado; ninguno puede denunciar al otro.

—¡Ah!—murmura el dueño, al notar la condecoración en el pecho del francés.

—Es extraordinario. Qué pocos han sido condecorados en nuestra escuela—dice Pustiagof al francés—. Tenemos un personal tan numeroso, y somos los dos únicos agraciados.

Tramblin le saluda alegremente con la mano y se yergue en toda su majestad, para que de todas partes vean su solapa ornada con la condecoración de Santa Ana, de tercera categoría.

Después de la comida, Pustiagof se pasea por todos los cuartos, y de un modo satisfecho enseña a las señoritas su condecoración. Siéntese contento y satisfecho, a pesar de un cierto vacío en el estómago.

—Si lo hubiese sabido antes—piensa mirando con envidia la Santa Ana del francés, que habla con el dueño respecto a condecoraciones—, habría pedido la de San Vladimiro. ¡He sido un bobo!

Esta sola idea le molesta un tanto. Por lo demás, es completamente feliz.