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HISTORIA DE UNA ANGUILA

cuando por la ventana abierta entra zumbando un moscardón, no puede más y toca desesperadamente el timbre.

—Dmitri Osipovitch, ¿qué quiere usted?—dice al cabo de unos minutos la voz de la institutriz alemana.

—¿Es usted, Rosalía Cariovna?—dice con alegría Vaksin—. ¿Por qué se molesta usted? Gavrile hubiera podido...

—A Gavrile le dió usted mismo permiso para que se fuera al pueblo; la chica ha salido también... No hay nadie en casa... Pero, ¿qué es lo que necesita?

—Es que yo quería... Pero entre usted..., no se avergüence; está obscuro...

La gorda y sonrosada alemana entra en el dormitorio y se para en espera de la explicación.

—Siéntese un momento... Verá usted de qué se trata... («¿Sobre qué la puedo interrogar?»—reflexiona Vaksin, mirando de reojo el retrato del tío y sintiendo cómo sus nervios se tranquilizan.) Le quería pedir... que mañana, cuando el criado vaya a la ciudad... le recuerde que me traiga... cigarrillos... ¡Pero siéntese!

—¿Quiere usted algo más?

—Sí; quiero... no quiero nada... Pero, ¿por qué no se sienta usted? (Pensaré todavía otra cosa.)

—No es decente que una señorita permanezca en la alcoba de un caballero... Veo que