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ANTÓN P. CHEJOV

—¡Pobre, desgraciada esposa!—vuelve a suspirar la coronela.

—No, señora; si es soltero. ¿Acaso le es posible casarse? Gracias a que pueda sustentarse a sí mismo...

La coronela da un paseo por su cuarto.

—¿De modo que es soltero?—pregunta—. ¿Soltero?

La coronela da otra vuelta y se queda un momento pensativa.

—Así, pues... ¿soltero?... Lila, Mila, quitaos de delante de la ventana. ¡Hay corriente de aire! ¡Qué lástima! ¡Un hombre joven y de tan mala conducta! ¿Y de qué proviene esto? De que nadie ejerce sobre él una benéfica influencia... No hay quien... Es soltero... Aquí tiene usted el motivo... Hágame usted el favor—prosigue amablemente—de ir a verle en mi nombre y suplíquele que se modere un poco en su manera de hablar... Dígale usted que es la coronela Nachatirina quien se lo pide... Vive en el número 47 con sus hijas, y ha venido aquí desde su hacienda.

—Muy bien.

—No lo olvide; dígale que llegó con sus hijas. Que venga a disculparse por lo menos. Estamos siempre en casa después de comer. ¡Mila, cierra la ventana!

—Pero, mamá, ¿para qué ver a ese borracho?—le interroga Lila al marcharse el dueño—. ¡Valiente convidado: bebedor, pendenciero, tunante!...