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HISTORIA DE UNA ANGUILA

—¡Pero, señora! ¿Qué puedo hacer yo? No es usted sola... todo el mundo se queja... ¡Si no puedo nada con él! Cuantas veces he ido a su cuarto tratando de convencerlo: «¡Aníbal Ivanovitch! ¡Por Dios! ¡Es una vergüenza!», me pone los puños cerca de la cara, diciéndome: «¿Los quieres probar...?» ¡Es en realidad un escándalo!... Por la mañana se despierta y se va al pasillo en... usted dispense... en paños menores. O bien se emborracha, coge el revólver y la emprende a tiros con la pared. De día no cesa de beber vino, y por las noches juega a las cartas... de las cartas suceden las peleas.

—¿Y por qué no le despide usted a ese ganapán?

—¿Pero cómo despedirlo? Me debe tres meses. Ya renuncio al dinero con tal de que se vaya. El tribunal le ha notificado la expulsión. Apeló, entabló recurso de casación, y se las arregla como puede para dar largas... ¡Es una calamidad!... ¡Y si viera usted qué hombre! ¡Joven, guapo, listo...! ¡Cuando no está borracho da gusto tratarle! El otro día, como no se hallaba ebrio, pasó el día entero escribiendo a sus padres.

—¡Desgraciados padres!—suspira la coronela.

—¡Naturalmente, son unos desgraciados! No es poca pena tener un hijo semejante. Le reprenden, le echan de las fondas, le imponen multas todos los días por escándalos, etcétera... ¡Vaya una desesperación!