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ANTÓN P. CHEJOV

echa el velo del misterio sobre los acontecimientos...

Llega a su vez la mañana y hasta le da nuevo material para el


SEGUNDO Y ULTIMO TOMO


Es una mañana plomiza de otoño. Todavía no son las ocho; pero hay gran movimiento en la callejuela donde está situada la casa de la viuda de Musurin. Los porteros y unos guardias municipales corren con mucha agitación por las aceras. A la entrada se agolpan sirvientas con expresión de perplejidad en sus caras heladas por el frío... A todos los balcones asómanse los vecinos. En la ventana del lavadero aparecen numerosas cabezas de mujeres.

—¿Qué será esto? Parece nieve; pero no lo es—se oye de todas partes.

En el aire, desde los tejados hasta el suelo, revolotea algo blanco, muy parecido a la nieve. El empedrado, los faroles, las techumbres, los bancos de los porteros junto a las entradas de las casas y hasta los hombres y las gorras de los transeúntes, todo está blanco.

—¿Qué ocurre?—preguntan las lavanderas a los guardias...

Estos no contestan, hacen gestos desesperados y siguen presurosos su camino... Es que ellos mismos no saben nada.