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ANTÓN P. CHEJOV

—No, nada de insignificante—replica, ofendida, la madre de Dachenka—. Habla lo que gustes, pero no digas necedades. No solamente le damos mil rublos, sino tres capotes, la cama y este mobiliario. ¡Que busque en otro sitio un dote semejante!

—¡Pero si yo no digo nada!... El mobiliario, en realidad, es muy bueno... Lo digo solamente en el sentido de que se cree ofendido... cree que es una alusión...

—No tiene usted para qué hacer alusiones. Le honramos por sus padres; le hemos convidado a la boda, y nos sale usted aquí con indirectas. Y si usted sabía que Jegar Fedorovitch se casa por interés, ¿por qué no lo dijo usted antes? Hubiera usted debido venir y decirnos claramente que fulano buscaba el dote... Y dirigiéndose al novio le dice con voz llorosa:

—Tú... tú eres un granuja... La he criado con mimos... la he cuidado como una alhaja... y tú, ¡tú vienes por el interés!...

—¿De modo que está usted dispuesta a creer todas las calumnias?—exclama Aplombof levantándose y mesándose los cabellos—. ¡Muchas gracias! ¡Le agradezco mucho la opinión en que me tiene! En cuanto a usted, señor Blinchikof—añade volviéndose al telegrafista—, pesar de ser usted conocido mío, no le he de permitir que venga a promover escándalos en casa ajena... Hágame el favor de marcharse...