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HISTORIA DE UNA ANGUILA

—Hemos pasado, con el favor de Dios, toda la vida privados de instrucción, y, sin embargo, ésta es la tercera hija que casamos con un hombre de provecho—observa del lado opuesto de la mesa la madre de Dachenka, dirigiéndose al telegrafista—; si le parece que no somos bastante instruídos, ¿a qué viene usted aquí? ¡Váyase enhorabuena con los suyos, los ilustrados!

Se hace un silencio. El telegrafista está avergonzado; no podía suponer que la conversación respecto a la electricidad tomara un giro tan inesperado. Este silencio está preñado de hostilidad. Notando el descontento general, cree necesario disculparse y dice:

—He respetado siempre a su familia, y si habló ahora de la electricidad no ha sido por orgullo... En cuanto a beber, es asunto mío... Le deseaba siempre a Dachenka un buen marido; en los tiempos que corremos es difícil encontrar un hombre que reúna buenas condiciones. Todos quieren casarse por interés, por dinero...

—¿Es una alusión?...—pregunta el novio, mientras sus mejillas se enrojecen y su cabeza se mueve.

—No hay ninguna alusión—contesta el telegrafista asustado—; no se trata de los presentes; hablé en general... No lo tome usted a mal, ¡por Dios!... Todos saben que usted se casa por amor... El dote es, por lo demás, insignificante...