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ANTÓN P. CHEJOV

mordimientos, despreciada por todos! Para una naturaleza nerviosa como la suya, ello será peor que la muerte...»

Y se imagina su propio entierro. El ultrajado está en el féretro, con una dulce sonrisa en el rostro, y ella, pálida, martirizada por su conciencia acusadora, sigue el cortejo fúnebre como una Níobe y no sabe cómo aguantar el desprecio de la turba indignada...

—Veo que le gusta el Smith y Wessor—añade el dependiente—. Si le parece caro, le rebajaré cinco rublos... Pero tenemos también otros sistemas más baratos.

El dependiente insiste en sacar de las estanterías otra docena de estuches con revólveres.

—Aquí verá usted: éste es de treinta rublos; no es caro, sobre todo teniendo en cuenta que el curso del rublo ha bajado mucho y que los derechos de importación suben más cada día. ¡Es abominable! Estas tarifas han logrado que las armas estén solamente al alcance de los ricos... Yo soy conservador y, no obstante, comienzo también a murmurar... Ahora los pobres han de contentarse con las armas de Tula [1] o con los fósforos... Las armas de Tula son harto conocidas; con ellas, cuando uno apunta a su mujer se pega un tiro a sí mismo.

Repentinamente Sigaef siente que una gran tristeza se apodera de su alma al pensar que

  1. Ciudad rusa donde hay una gran fabricación de armas.