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HISTORIA DE UNA ANGUILA

matar a nadie—replica Sigaef—; lo compro para asustar a los ladrones en mi casa de campo...

—Esto no es asunto nuestro. Poco nos importa el porqué se nos compran armas...—dice sonriendo el dependiente, bajando los ojos—. Si tuviéramos que averiguar el motivo por el cual se adquieren las armas, rudo trabajo sería el nuestro. El Lafoucheux no sirve ni para asustar a los ladrones, porque el disparo tiene un sonido débil. Para el caso, le recomendaré la pistola Mortimor, llamada de duelo...

«¿Sería tal vez, preferible desafiarlo?—piensa Sigaef—. Es demasiada honra para canallas de esa índole; a esos no se les desafía, se los mata como a perros...»

El dependiente sigue sonriendo, charlando y agitándose. Ha amontonado encima del mostrador una porción de revólveres. El Smith y Wessor es el más sugestivo de todos. Sigaef clava sus miradas azoradas en uno de ellos, lo examina por todos lados y se queda reflexionando. Su imaginación le representa cuadros sangrientos, cráneos destrozados, sangre que corre por la alfombra; la traidora que muere entre convulsiones horribles... Pero todo parécele poco a su alma indignada... la sangre, las lamentaciones, el terror, no le satisfacen... quiere inventar algo más terrible.

«Será mejor si lo mato a él, y me suicido, dejando que ella viva. ¡Que se consuma de re-