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ANTÓN P. CHEJOV

me con salteadores. No hagas caso de mi aspecto enfermizo y débil; soy fuerte como un toro. Una vez me atacaron tres bandidos y ¿sabes lo que hice? Al primero le asesté un porrazo que le causé la muerte; a los otros dos los agarré y fueron a parar a presidio... ¡Dios sabe de dónde me vienen tales fuerzas! A un hombretón como tú lo cojo y lo aplasto.

Klim vuelve la cara, mira al agrimensor y empieza a fustigar su caballo.

—Como te lo digo, amigo mío; no envidio a quien se enrede con mi persona; no tan sólo le dejaré sin brazos y sin piernas, sino que le mandaré a presidio. Todos los jueces y todos los jefes de Policía son amigos míos. Aquí donde me ves soy persona importante. Cuando voy de viaje la Policía está alerta no me vaya a ocurrir algo malo. En cada matorral hay un guardián que vigila... ¡Alto! ¡Alto! ¿Dónde me llevas?

—¿No lo ve usted? Es un bosque.

«En efecto, es un bosque—piensa el agrimensor—. ¡Qué susto me ha dado! Pero necesito disimular mi agitación. Creo que ha notado mi espanto. ¿Por qué se vuelve con tanta frecuencia para mirarme? Estará preparando algún golpe... Antes su caballo apenas se movía y ahora va al galope.» —¡Oye, Klim! ¿Por qué haces correr tanto a tu caballo?

—Si no le hago correr. Es que cuando empieza no hay quien lo detenga.

—¡Mientes, tunante! Observo que mientes.