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HISTORIA DE UNA ANGUILA

quita la camisa, conservando el pantalón. Persígnase y, extendiendo sus brazos morenos y escuálidos, se mete en el agua. Camina unos cincuenta pasos por el suelo fangoso, y luego se echa a nadar.

—¡Esperad, esperad, muchachos!—les grita aproximándose—. Vais a dejarla escapar. Hay que saber cómo se hace esto.

Efim únese a los carpinteros, y los tres individuos, empujándose con los codos y rodillas, insultándose y estorbándose mutuamente, patalean en el mismo sitio.

El jorobado no cesa de tragar agua y tiene accesos de tos convulsiva.

—¿Dónde anda el pastor?—grita alguien desde la orilla—. ¡Efim! ¡Pastor! ¿Dónde estás? El rebaño se te ha metido en el jardín. ¡Echalo, échalo del jardín! ¡Pronto! ¿Dónde está ese viejo bandido?

Se oyen voces de hombres y mujeres. Por la verja del jardín asoma el dueño, Andreievitch, vestido con una bata de tela oriental; en la mano tiene su periódico. Mira con aire interrogativo en qué dirección vienen los gritos, y se encamina apresuradamente hacia el río.

—¿Qué hay? ¿Qué hay? ¿Quién vocea de ese modo?—pregunta severamente al percibir las tres cabezas mojadas que emergen del agua—. ¿Qué diablos enredáis ahí?

—Un pez...; cogemos un pez...— responde Efim sin levantar la cabeza.