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ANTÓN P. CHEJOV

minable... es una vileza... ¿Qué derecho tiene ella de sospechar de mí y buscar entre mis cosas?

—Vive usted en una casa ajena, joven—replica Lisa—. Es usted una señorita; pero, a pesar de todo..., se la cuenta a usted en el número de los criados... No es lo mismo que vivir en casa de sus padres...

Máchenka rompe en sollozos. Nunca le habían inferido tamaña injuria. Ella, una señorita bien educada, fina, es sospechosa de haber robado, y la registraban como a una cualquiera. No puede nadie imaginarse mayor afrenta. A este sentimiento únese el temor de lo que pueda ocurrir en lo futuro. Quizás la detendrán, la desnudarán, la meterán en la cárcel obscura, fría, llena de ratones y escarabajos.

¿Quién la defenderá? Sus padres viven lejos; no tienen recursos para el viaje. Ella está sola en la capital, sin amigos, sin parientes. Pueden permitirse con ella todo lo que quieran.

«Buscaré a los jueces, a los abogados...—pensaba Máchenka temblorosa—les contaré todo, prestaré juramento... me creerán, pues no soy una ladrona...»

Máchenka se acuerda de pronto que en su cuarto, entre la ropa, tenía algunos dulces que le sobraban de las comidas y que se echaba al bolsillo. La idea de que ese pequeño misterio hubiera sido descubierto por los dueños le