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ANTÓN P. CHEJOV

a depender de gente rica. En su cuarto efectúase una pesquisa. El ama de la casa, Fedosia Vasilevna, gorda, de hombros anchos, bigotuda, con espesas cejas negras, de manos encarnadas y modales bruscos, más semejante a una verdulera que a una señora, está al lado de su mesa, recogiendo en el saquito de labores los ovillos de lana, los trozos de telas, los papelitos... Evidentemente no cuenta con ver a la institutriz, porque al volver la cabeza y al advertir su presencia su rostro pálido y asombrado turbóse ligeramente y balbucea:

—Dispénseme... he... he derramado esto sin querer... lo enganché con la manga...

La señora Cuchin añade algo más y sale majestuosamente. Máchenka echa una mirada en derredor suyo, y se siente temerosa, sin saber por qué. ¿Qué busca Fedosia Vasilevna en su bolsa? Si es verdad que involuntariamente la enganchó y la derramó, ¿por qué Nicolás Serguievitch salía del cuarto tan agitado? ¿Por qué un cajón de la mesa está entreabierto? ¿Por qué la alcancía donde la institutriz deposita las moneditas y los sellos usados está también abierta? No han sabido cerrarla. La estantería, la mesa, la cama, todo presenta huellas de pesquisas. Lo propio se nota en el cesto de la ropa blanca. La ropa está evidentemente doblada de distinto modo que ella acostumbra. Por lo visto todo ha sido revuelto, escudriñado; pero ¿cuál es el motivo? Máchenka, acordándose de la faz turbada del