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HISTORIA DE UNA ANGUILA

Aprovechándose de la fama de mayor y de más inteligente, Gricha se adjudicó el derecho de litigar las diferencias. Se hace todo lo que él manda. Durante mucho tiempo y con minuciosidad comprueban los cartones de Sonia; pero, con grave disgusto de los jugadores, todo está en regla y no hay trampas.

Empiezan otra partida.

—¡Qué cosa he visto ayer!—dice Ania hablando como consigo misma—. Filip Filipovitch se volvió sus párpados y sus ojos se pusieron encarnados, terribles como los de un diablo...

—Yo también lo vi—contesta Gricha—. ¡El ocho! Tenemos en la clase un discípulo que mueve las orejas. ¡El veintisiete!

Andrei levanta las miradas hacia Gricha y dice:

—Yo también sé mover las orejas...

—¡A ver..., muévelas!

Andrei mueve los ojos, los labios y los dedos. Le parece que sus orejas se ponen también en movimiento. Risa general.

—Es un hombre malo este Filip Filipovitch—prosigue Sonia—; ayer entró en nuestro cuarto y yo estaba en camisa. Me avergoncé...

—¡He ganado!—grita con toda su fuerza Gricha, cogiendo apresuradamente el dinero del platillo—. ¡He ganado! ¡Podéis comprobar!

El hijo de la cocinera palidece, levanta los ojos y balbucea:

—En tal caso, no puedo jugar más.