será expulsado inmediatamente. En el comedor no hay nadie mas que los jugadores. El aya, Agafia Ivanovna, está abajo en la cocina enseñando a la cocinera cómo se corta un vestido, y el hermano mayor, Vasia, alumno de la quinta clase del Gimnasio, hállase tendido en el sofá de la sala y se aburre por no tener nada que hacer.
Se juega con mucho afán. Gricha es el más entusiasta. Es un niño de nueve años, completamente pelado, de cara redonda y labios gordos, como los de un negro. Está en la primera clase, y por esto le consideran como el más sabio y el mayor. Juega exclusivamente por el afán de ganar. Si no hubiera copecs en el platillo, dormiría tiempo ha. Sus ojuelos pardos corren intranquilos y celosos por los cartones de los jugadores. El miedo de perder, la envidia y las combinaciones numéricas llenan su cabeza pelada y no le permiten concentrarse: se mueve en su silla como si estuviese sentado sobre alfileres. Cuando gana coge el dinero con avidez y lo esconde inmediatamente en el bolsillo. Su hermana Ania, de ocho años, con inteligentes y brillantes ojos y barbita de punta, también tiene miedo de que los otros ganen; palidece y enrojece de emoción y vigila atentamente a los jugadores. Pero los copecs no la interesan; es la suerte la que reviste importancia para ella—; es cuestión de amor propio.
La otra hermana, Sonia, tiene seis años, ca-