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HISTORIA DE UNA ANGUILA

lado de la casa del guarda, cuya figura distinguí en el terraplén.

—¿Has visto?—le interrogué jadeante.

—¿A quién? ¿Qué tienes?

—¿Ha pasado por aquí un vagón?

—Ha pasado...—replicó apáticamente el aldeano—; se desprendió del tren de mercancías. A veinte kilómetros hay un declive... Los vagones suben tirados de la máquina... Por lo visto, las cadenas eran viejas y se rompieron, y volvió atrás... Trabajo les va a costar cogerlo...

El fenómeno estaba aclarado y el misterio se desvaneció igual que el miedo... Proseguí mi camino sin otras aventuras.


***


El tercer susto lo pasé una vez, en primavera, volviendo de caza. Obscurecía. El camino atravesaba un bosque. El suelo estaba impregnado de agua después de una lluvia torrencial. El poniente rojo atravesaba el follaje y pintaba de color rosa los troncos blancos de los árboles. Encontrábame cansadísimo, apenas podía con mi alma.

Faltaban aun cinco o seis kilómetros para llegar a mi casa, cuando repentinamente percibí delante mí un gran perro negro. Al cruzarnos, el perro miróme fijamente a la cara y siguió corriendo.