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HISTORIA DE UNA ANGUILA

nado los nervios. Imagínese usted lo que se me ha aparecido en mi cuarto al volver. ¡Un ataúd!

No lo pude creer, y pedí que me lo repitiera.

—¡Un ataúd, un verdadero ataúd!—dijo el médico cayendo extenuado en la escalera—. No soy cobarde; pero el diablo mismo se asustaría de encontrarse con un ataúd en su cuarto después de una sesión espiritista...

Entonces, balbuceando y tartamudeando, conté al médico lo de los ataúdes que había visto yo también. Por algunos momentos nos quedamos mudos mirándonos uno al otro. Luego, para convencernos que todo esto no era sueño, empezamos a pellizcarnos.

—Nos duelen los pellizcos a los dos—dijo por fin el médico—; esto quiere decir que no soñamos y que los ataúdes, el mío y los de usted, no son fenómenos ópticos, sino que existen de veras. ¿Qué haremos?

Pasó una hora en conjeturas y suposiciones; estábamos helados, y, por fin, resolvimos dominar nuestro temor y entrar en el cuarto del médico. Prevenimos al portero, quien subió con nosotros. Al entrar encendimos una vela y vimos un ataúd de brocado blanco con flores y borlas doradas. El portero se persignó devotamente.

—Ahora vamos a enterarnos—dijo el médico temblando—de si el ataúd está vacío... o habitado.

Después de mucho vacilar, el médico se acercó y, rechinando los dientes de miedo,