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ANTÓN P. CHEJOV

pero, a pesar de todo, es una idea que la naturaleza repele...

Ahora, cuando me encontraba en medio de las tinieblas, cuando la lluvia caía sin cesar y el viento aullaba lastimero; cuando alrededor no se veía ni un ser vivo, no se oía ni una voz humana, mi alma estaba llena de un temor incomprensible. Yo, hombre sin prevenciones, corría a toda prisa temiendo mirar atrás. Me parecía que si volvía la cara la muerte se me aparecería bajo la forma de un fantasma.

Panihidin suspiró, tomó un trago de agua y siguió.

Este miedo infundado, pero comprensible, no me abandonaba. Subí los cuatro pisos de mi casa y abrí la puerta de mi cuarto. Mi modesta habitación estaba obscura. El viento gemía en la chimenea; parecía que se quejaba de hallarse puertas a fuera.

Si hay que creer en las palabras de Espinosa, esta noche mi muerte vendrá, acompañada de ese gemido... ¡brr!... ¡qué horror... Encendí un fósforo. El viento aumentó, y el gemido se convirtió en aullido furioso; los postigos se estremecían como si alguien tirase de ellos.

«Desgraciados los que carecen de hogar en una noche como ésta», pensé...

No tuve tiempo de seguir mis pensamientos; cuando la llama amarilla del fósforo alumbró el cuarto, un espectáculo inverisímil y horroroso se presentó ante mi vista...