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HISTORIA DE UNA ANGUILA

en los momentos más patéticos le advertía siempre: «¡A pesar de todo, no has de olvidar que tú eres un tártaro, y yo la señora de un consejero del Estado!» ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!...

La señora suelta una carcajada, luego pone una cara asustadísima y cuchichea:

—¡Pero esta Julia!... ¡Esta Julia!... Una puede distraerse, hacer alguna travesura... ¿Por qué no? Hay que descansar de la frivolidad de la vida mundana. Lo concibo así. Diviértete, nadie te lo echará en cara; pero tomarlo en serio, dar escándalos... ¡esto no es admisible! ¡Imagínate, ella estaba celosa!... ¡Qué majadería!... Una vez llegó Mametkul... Es su galán... Ella estaba ausente. Lo llamé a mi cuarto..., charlamos..., pasamos el rato..., son muy graciosos..., la tarde pasó sin sentir... De pronto llegó esta Julia como un torbellino... Se encaró conmigo, con Mametkul; nos armó una escena... ¡horror!... Esto, Vasitchka, no lo concibo...

Vasitchka lanza un ¡hum! muy significativo, frunce el ceño y camina a grandes pasos.

—¡Por lo visto os habéis distraído!—dice sonriendo.

—¡Qué estúpido!—replica la señora—. ¡Ya sé lo que piensas! Tienes siempre malas ideas. ¡Otra vez no te contaré nada! ¡Nada!

La señora se calla y pone una cara compungida.