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HISTORIA DE UNA ANGUILA

—¿Palabra de honor? Bueno, tendré confianza...

La señora deja el tenedor en la mesa, y con aire misterioso le dice a su marido bajando la voz:

—Imagínate lo siguiente... Se fué aquella Julia Petrovna a dar un paseo a caballo por los montes. El tiempo era magnífico. Delante iba ella con su guía; detrás yo. A los dos o tres kilómetros de la población, Julia Petrovna lanzó un grito y se llevó las manos al pecho. El tártaro la sostuvo; se hubiera caído de la silla sin su auxilio... Me acerqué a ella con mi guía... «¿Qué ocurre? ¿Qué pasa?» «¡Me encuentro mal, me muero! No puedo seguir más adelante.» ¡Imagínate mi susto! «Volvamos atrás», le dije. «No puedo volver, me contestó; si doy un solo paso, me muero. Tengo espasmos.» Y nos suplicó a mí y a Suleiman que fuéramos a casa a traerle sus gotas, que la aliviarían.

—Espera; no entiendo...—balbucea el marido—, Me referías que a los tártaros no los veías más que de lejos, y ahora hablas de un tal Suleiman.

—¡Ya vuelves con tus tonterías!—interrumpe la señora sin dejarse turbar—. ¡Odio estas suspicacias! ¡No las puedo soportar! ¡Es idiota y absurdo!

—No soy suspicaz; pero... ¿de qué sirve mentir? Te paseabas con los tártaros, ¡que sea enhorabuena! ¿Para qué estos embustes?

—¡Eres imposible!—contesta indignada la