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ANTÓN P. CHEJOV

—¿Qué haré con esta porquería? Vivo en una casa particular..., recibo artistas. Si fuese una fotografía, sería posible ocultarla en el cajón de la mesa...

—¡Véndala, señor!—le aconsejó el peluquero, ayudándole a vestirse—. Aquí cerca vive una anciana que compra antigüedades... Pregunte usted por Smirnova...; todo el mundo la conoce...

Así lo hizo el cómico...

Dos días después, el doctor Cochelkof estabaensu gabinete reflexionando sobre los ácidos biliosos, cuando la puerta se abrió con estrépito y Sacha Smirnof penetró en la estancia... Toda su figura resplandecía de felicidad... En sus manos llevaba algo envuelto en periódicos:

—¡Doctor!—dijo jadeante—. ¡Imagínese usted mi alegría! Hemos encontrado la pareja de su candelabro. Mi mamá es completamente feliz... Soy hijo único de mi madre... Usted me salvó la vida...

Sacha, temblando de agradecimiento, colocó delante del doctor el candelabro. El doctor abrió la boca, quiso decir algo; pero no pudo pronunciar ni una frase; se quedó paralítico.